+ SALIDAS MOTERAS EN MALLORCA: Salida 09/08/2008 III Subida Puig Major AMIGOS DE LAS MOTOS

Asociación Amigos de las Motos

11 ago 2008

Salida 09/08/2008 III Subida Puig Major AMIGOS DE LAS MOTOS


Es difícil relatar de forma breve un día tan intenso, se que hay compañeros que no se atreven a leer en cuanto ven tantas letras seguidas, por lo tanto intentaré ser lo más breve posible y no pasarme de 15 ó 20 páginas, es broma, pero si que intentaré no extenderme en demasía. Comencemos:
Desde hace semanas que se estaba preparando, como en años anteriores, la gran subida a la cima de Mallorca, al Himalaya de las Baleares, al techo de nuestro pequeño mundo rodeado de agua, el gran, majestuoso y bello Puig Mayor, la montaña inescrutable y prohibida, el sueño de cualquier motero es hollar su camino hasta la cima.
A las nueve y pocos minutos de la mañana ya había gran cantidad de motos en el parque de Sa Riera bajo un cielo plomizo que presagiaba lluvia, moteros bien preparados con chaquetas y guantes miraban al cielo preguntándose si les haría falta sacar el traje de agua o no, gente nueva se presentaba, antiguos amigos se volvían a abrazar después de tiempo sin rodar juntos, invitados y turistas se presentaban unos a otros mientras esperaban recoger y pagar el ticket para pasar el túnel de Soller y para la comida. A última hora siempre llegan rezagados que se ponen en marcha casi antes de parar, salimos después de asegurarnos que el ausente había contestado al teléfono y que en algún momento del día era posible que apareciera.
Todos en marcha, 98 moteros y moteras en dirección hacia el túnel de Soller, justo antes de llegar se produce la primera parada de reagrupamiento mientras el Jefe de Ruta, ó Road Lider, se acercaba al túnel para pagar el paso de todo el grupo. Las nubes amenazantes sobrevolaban sobre nuestras cabezas trayendo cierta humedad en el aire que no llegaba a descargar.
La gran caravana de motos se transformó en luces, en la penumbra del túnel, reflejadas en los retrovisores de los compañeros, delante luces rojas, atrás luces blancas cegando con su reflejo los retrovisores, de frente poco tráfico, casi nada. Al final del túnel la luz plateada dibujaba árboles que parecían surgir de en medio de la carretera.
Pasamos junto a Soller sin darnos cuenta de las bellezas que esconde, de sus calles estrechas, su iglesia ideada por Gaudí, el torrente que atraviesa medio pueblo y la plaza suntuosa y señorial, umbría por la sombra de enormes plataneros que llenan de frescor las tardes de verano y filtran el sol en invierno entre sus ramas desnudas.
A veces huele a naranjos, otras a azahar, en esta mañana gris de Agosto olía a aire seco y a tierra caliente.
Subimos hacia el Puig Mayor por la carretera que más les gusta a casi todos los moteros de la isla, cada uno a su ritmo, unos más rápidos, otros más lentos, la canción del “uyuyuyuy” seguía sonando en algunas curvas como ya era habitual. Subidas y curvas interminables jalonadas de pinos que poco a poco iban dando paso a encinares majestuosos y ovejas perdidas en mitad de la carretera mirándonos con sus caras bobas sin saber bien si van, vienen o se paran a dormir junto al quitamiedos que protege la carretera.
Ya en el desvío hacia la base militar de nuevo una parada de reagrupamiento.
Las altas montañas aparecían cubiertas por la niebla que iba aumentando por momentos, la temperatura había bajado considerablemente haciendo que varios de los moteros optaran por dejar de ir en manga corta o chaqueta de verano y ponerse algo que protegiera un poco más, se barajaba la posibilidad de ponerse las chaquetas de agua sin que la idea llegase a prosperar. En la cabina de los guardias repasaban el listado, las matrículas, los nombres, los coches y las motos que iban a subir, todo, todo para mantener una seguridad que no quedaba del todo clara.
El ausente seguía ausente aunque más de uno preguntaba por el por diferentes motivos.
La barrera de barrotes grises empezó a abrirse a la vez que las motos se ponían en marcha, una tras otra fueron pasando a ese lugar prohibido y mágico en el que en ese momento parecían cocerse las mas terribles de las tormentas, el aire olía a agua y a manzanilla agostada, la emoción de los que por primera vez montaban en moto se veía reflejada en sus caras asustadas y felices al mismo tiempo, los demás disimulábamos mejor las emociones, los niños no lo podían evitar.
En la lejanía un buitre negro daba grandes vueltas sobre las cumbres perdiéndose a intervalos entre las nubes, en cada recodo del camino el frío se intensificaba al igual que el olor a manzanilla y romero, los quitamiedos de la carretera, extrañamente fabricados con tecnología militar, estaban jalonados de señales para medir la altura de la nieve y servir a la vez de protección para no despeñarse por aquellos roquedales.
La vegetación escasa se componía en su mayoría de matas bajas amparadas al abrigo de todos los vientos, manzanillas, espinos, romero y ningún árbol en todos los alrededores, solo rocas grises y frías, peladas y redondeadas por las inclemencias de un tiempo que en aquellas alturas era muy extremo, ráfagas de frío nos corrían por la espalda mientras subíamos poco a poco hacia la cima cada vez más llena de nubes, a los lados un paisaje lunar sobre el que aparecía a intervalos un mar inmenso lleno de olas encabritadas o el Gor Blau con sus aguas mansas en las que un helicóptero recogía agua para apagar algún conato de incendio en algún lugar de la isla que no era visible a nuestros ojos, es difícil describir tanta belleza, era como subir al cielo con todos los sentidos despiertos: el tacto de las manos sobre el acelerador y el embrague, el oído con el viento silbándonos su canción particular a cada uno de nosotros, el olfato con los aromas intermitentes de romero, manzanilla y polvo humedecido, el gusto de todos los seres voladores que se estrellaban en los labios y la vista que era incapaz de abarcar toda la belleza que se abría ante nosotros, una sinfonía para el que la supiera entender.
Al final de las largas cuestas el aparcamiento escondido a intervalos por las nubes bajas que limitaban la visibilidad del entorno privilegiado en el que nos encontrábamos regalándonos una gran dosis de decepción y desilusión.

Otra parada, charla, risas, picoteo de los aperitivos que los más precavidos habían llevado, más charla, fotos, risas y…Oh!, albricias!, el motero puntual en Canarias hacia su aparición estelar entre aplausos como si no fuera con él la fiesta, sonriendo como si nada. Todo un héroe.
Hacía frío y casi todos nos pusimos encima lo que mas a mano teníamos, aunque fuesen toallas, pareos o chubasqueros.
El Jefe de Ruta nos dio un par de instrucciones y nos pidió que también nos colocáramos para la foto de grupo, luego nos preparamos para volver por el mismo camino hasta la reja gris que volvía a dejarnos inalcanzable el Puig Mayor a nuestra espalda con cierta pena.

La ruta seguía sin parar hasta el nudo de la corbata pasando por enormes roquedales de vegetación escasa y por frondosos encinares con ovejas somnolientas que daban paso a algún que otro olivo milenario y plateado agitado por un viento racheado que traía olor a lluvia, a lo lejos seguía girando en el cielo semicubierto de nubes el gran buitre negro que nos vigilaba como a extraños manjares.
En el nudo de la corbata otra parada para tomar un refresco o simplemente para quitarnos las chaquetas que ya empezaban a dar calor, aunque el día fuese poco caluroso era de verano y eso se notaba, por suerte el día era el ideal para rodar. En el chiringuito un gato joven y juguetón hizo las delicias de todos los moteros, no se cansaba de jugar y dejarse acariciar mientras con sus pequeñas patas peludas intentaba amagos de grandes zarpazos y mordiscos de rey de la selva, más de uno pensó en meterlo en las alforjas y llevárselo a casa, por suerte, para el gato, a nadie se le ocurrió en serio tal cosa. El pobre gato respiró tranquilo cuando nos vio alejarnos con nuestras máquinas infernales metiendo un gran ruido que retumbaba en la montaña.
En teoría a partir de ahí ya no había más parada que Cala Tuent, pero no, tuvimos que bajar hasta la Calobra, dar una vuelta triunfal para deleite de todos los miles de turistas que allí se amontonaban, después de dejar pasar un rosario de autobuses vacíos de vuelta hacia no se sabe qué lugar de Mallorca en el que les iban a devolver su preciada carga, seguramente un poco más mareada de lo que la dejaron.
Curvas y más curvas y la canción del “uyuyuyuy” que ya ni se oía de tan repetida y, por fin, ante nuestros ojos la espectacular cala de Tuent, un sitio privilegiado, olvidado del mundo en el que las olas batían la costa de un profundo color azul ultramar y verde esmeralda mezclado con verde vejiga por la mezcla del color de los árboles que se reflejaban en ese mar encabritado.
El restaurante, un sitio de belleza exclusiva y tranquilidad rota por nuestra presencia se abría ante nosotros como un remanso de paz y belleza, un balcón sobre el Mediterráneo imposible de encontrar en otro lugar.
La comida resultó llena de incidentes de todo tipo: serios, divertidos, osados, peligrosos…hubo de todo, desde lanzamientos de trozos de pan, duchas con agua fresca de botella o cerveza, chistes, resbalones de motos, perdidas de llaves y falta de asientos hasta buen humor y risas que eso es lo que nunca debe faltar en una reunión de este tipo. Tras la comida la siesta prometía ser buena en la sombra de los árboles de la playa pero cual no sería nuestra sorpresa cuando al llegar junto al mar y aparcar las motos nos vimos inmersos en una operación de salvamento y rescate de un helicóptero de la guardia civil que venia a recoger a un accidentado tendido en el suelo junto al muelle con una buena brecha en la cabeza y rodeado de pañuelos ensangrentados, poco después de irse el helicóptero apareció una ambulancia que no supo a quien recoger.
El mar estaba revuelto y lleno de medusas, solo uno de los moteros se atrevió a nadar mientras los otros discutían sobre lo que se podía hacer y a donde ir o probaban la moto del canto del “uyuyuyuy” para, por fin, confirmar que no estaba hecha para trazar curvas a no ser que se la revisara seriamente y en profundidad. Algunos sintieron un alivio especial, otros se preocuparon aún más, la mayoría ni se enteraron, algunos se habían ido a la Calobra a tomar algo, otros se habían ido a sus casas casi sin despedirse, a alguno se le había ido la moto en la curva de salida con el consiguiente susto repetido varias veces decidiendo volver hacia Palma poco a poco con lo cual cada vez el grupo era menos numeroso. Decidimos volver a Palma haciendo dos paradas, una en el chiringuito del acueducto en el que tomamos un helado después de la gran subida de curvas y más curvas y otra parada en el Mirador de Ses Barques
que estaba lleno de moteros con erres que sacaban chispas a las curvas con la rodilla de lo mucho que se tumbaban, era un espectáculo verlos pasar casi pegados al suelo, trazando unas curvas perfectas a velocidades endiabladas, ya no teníamos ganas de tomar más helados ni beber mas refrescos, ya era hora de prepararse para volver a casa por el camino más corto, solo quedaba repostar en la gasolinera mas cercana, comprobar el nivel de los neumáticos y dirigirnos hacia la ciudad con un sol que comenzaba a salir al final del día cuando ya caía hacia poniente con tonos amarillentos y anaranjados.
Al salir del largo y negro túnel las últimas estribaciones de las montañas en las que habíamos vivido aquél día inolvidable nos miraban con cierto respeto, el mismo que nosotros sentíamos al verlas reflejadas y alejándose en el reflejo de nuestros retrovisores.
Relato: AMAYA
Fotos: AMADOR

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